El Estilo Polisón 
A partir de mediados del Siglo XIX la mayoría de los vestidos constaban de dos piezas separadas, un corpiño y una falda, a medida que transcurrían los años, se incrementó el uso de ornamentos y detalles, añadiéndose complicados adornos a cada uno de los pliegues de la vestimenta. Como resultado, la silueta natural de la mujer desaparecía debajo de las telas y los encajes.
A partir de la década de 1860, las faldas perdieron volumen en su diámetro total, la parte delantera quedó plana y la posterior ganó en grandeza gracias al apoyo de una prenda interior llamada polisón. El polisón era una almohadilla colocada sobre el trasero, para realzarlo. Las faldas y las sobrefaldas se solían recoger y llenar de vuelos y encajes en forma de cascada. Con solo unos pequeños cambios en los detalles, el estilo polisón continuó hasta los años 90 de este Siglo.
La única excepción a esta regla era un vestido de una sola pieza, que marcaba la figura de quien lo llevaba, apareció a principios de la década de 1870, era conocido como “vestido línea princesa” en honor de la princesa Alejandra (1844–1925), que se convirtió en reina de Inglaterra.

A partir de mediados del Siglo XIX la mayoría de los vestidos constaban de dos piezas separadas, un corpiño y una falda, a medida que transcurrían los años, se incrementó el uso de ornamentos y detalles, añadiéndose complicados adornos a cada uno de los pliegues de la vestimenta. Como resultado, la silueta natural de la mujer desaparecía debajo de las telas y los encajes.
A partir de la década de 1860, las faldas perdieron volumen en su diámetro total, la parte delantera quedó plana y la posterior ganó en grandeza gracias al apoyo de una prenda interior llamada polisón. El polisón era una almohadilla colocada sobre el trasero, para realzarlo. Las faldas y las sobrefaldas se solían recoger y llenar de vuelos y encajes en forma de cascada. Con solo unos pequeños cambios en los detalles, el estilo polisón continuó hasta los años 90 de este Siglo.
La única excepción a esta regla era un vestido de una sola pieza, que marcaba la figura de quien lo llevaba, apareció a principios de la década de 1870, era conocido como “vestido línea princesa” en honor de la princesa Alejandra (1844–1925), que se convirtió en reina de Inglaterra.
La Belle Epoque La Transición del Siglo XIX al XX

Durante el periodo de la “Belle Èpoque” en Europa (1870-1914), caracterizado por la elegancia el refinamiento y el optimismo, los patrones que regían la moda eran estéticos, siendo secundaria la comodidad y el bienestar físico de la mujer.
Hasta comienzos del Siglo XX la moda femenina fue incómoda a consecuencia de la utilización del corsé, que apretaba todos los órganos internos. Así muchas mujeres se convertían en meros objetos decorativos.
El ideal de belleza femenino debía ser de pecho erguido y abundante, caderas anchas, cintura muy afinada y nalgas exageradas. Así surgieron las mujeres con forma de “S”, que ajustaron las faldas, recogieron el pelo sobre la cabeza, con complicados peinados y adornaron sus enormes sombreros con plumas, haciendo además juego con la estética modernista.
A finales de este periodo comienza a aparecer un nuevo tipo de mujer, por primera vez creado por ellas mismas. Una mujer independiente, que luchaba por el voto y por entrar en el mercado laboral. Para ellas la vestimenta se fue simplificando y la excesiva ornamentación desapareciendo, dando lugar al traje sastre de dos piezas, más adecuado a las nuevas necesidades.
La Evolución de La Ropa Interior. Entre el siglo XIX y el XX

A principios del Siglo XIX, la revolución industrial había agilizado la producción de bienes, esto influyó, entre muchas otras cosas, en una mejora del nivel de vida de la población y en una reducción en los precios de las prendas de vestir. Así las clases sociales más acomodadas e incluso las incipientes clases medias adquirirán numerosas piezas y complementos de vestir. Arropado por todo ello se desarrolló una estricta etiqueta social con relación al atuendo, las señoras debían cambiarse de ropa siete u ocho veces al día para seguir los dictados de la sociedad. Los siguientes términos, aplicados a los vestidos, son indicativos de las ocasiones en que éstos se utilizaban: vestido de mañana, vestido de tarde, vestido de visita, vestido de noche (para el teatro), vestido de baile, vestido de etiqueta, vestido de casa, y por último, ropa de dormir.
Se crearon numerosos tipos de prendas interiores adecuados a los nuevos vestidos. Además de la camisola, aparecieron las calzas largas o calzones y las enaguas, y toda la ropa interior femenina se llenó de encajes y adornos. Los miriñaques, polisones y corsés, todos ellos imprescindibles para la silueta esculpida del Siglo XIX, se reconvirtieron en nuevos modelos con dispositivos e inventos novedosos, muchos de los cuales fueron patentados. Los aceros y los muelles hicieron posible esta nueva y amplia selección de miriñaques y polisones, haciendo su aparición en la ropa interior y desplazando a los habituales soportes de tela, crin de caballo, ballena, bambú y roatán. La invención de los objetos de acero en 1929 hizo que los corsés fueran realmente eficaces para moldear la silueta femenina. Las mujeres los siguieron considerando la prenda interior imprescindible hasta principios del Siglo XX.

A principios del Siglo XIX, la revolución industrial había agilizado la producción de bienes, esto influyó, entre muchas otras cosas, en una mejora del nivel de vida de la población y en una reducción en los precios de las prendas de vestir. Así las clases sociales más acomodadas e incluso las incipientes clases medias adquirirán numerosas piezas y complementos de vestir. Arropado por todo ello se desarrolló una estricta etiqueta social con relación al atuendo, las señoras debían cambiarse de ropa siete u ocho veces al día para seguir los dictados de la sociedad. Los siguientes términos, aplicados a los vestidos, son indicativos de las ocasiones en que éstos se utilizaban: vestido de mañana, vestido de tarde, vestido de visita, vestido de noche (para el teatro), vestido de baile, vestido de etiqueta, vestido de casa, y por último, ropa de dormir.
Se crearon numerosos tipos de prendas interiores adecuados a los nuevos vestidos. Además de la camisola, aparecieron las calzas largas o calzones y las enaguas, y toda la ropa interior femenina se llenó de encajes y adornos. Los miriñaques, polisones y corsés, todos ellos imprescindibles para la silueta esculpida del Siglo XIX, se reconvirtieron en nuevos modelos con dispositivos e inventos novedosos, muchos de los cuales fueron patentados. Los aceros y los muelles hicieron posible esta nueva y amplia selección de miriñaques y polisones, haciendo su aparición en la ropa interior y desplazando a los habituales soportes de tela, crin de caballo, ballena, bambú y roatán. La invención de los objetos de acero en 1929 hizo que los corsés fueran realmente eficaces para moldear la silueta femenina. Las mujeres los siguieron considerando la prenda interior imprescindible hasta principios del Siglo XX.
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